jueves, 3 de noviembre de 2011

Novena escena de invierno: Primeras gotas

Victoria, taciturna, pensaba cómo sería tener alas y volar. Desde la ventana de su amado escondite miraba con sueños de mariposa el horizonte violeta, azul  y luego negro.

-Si los humanos tuvieran alas- decía en susurros rozando con sus dedos las tímidas gotitas de un otoño moribundo –si tuvieran alas se volverían locos… y explotarían como globos de helio queriendo alcanzar las estrellas- Un suspiro acarició sus labios cerrados y miró con tristeza al sol, que se apagaba más allá de los arboles del jardín de abajo.


Apenas hacía unos días había vuelto a subir al desván. Los viejos libros olvidados entre la biblioteca y el suelo parecían contener la respiración, ansiosos por saber cuál sería el agraciado después de tanto tiempo, qué título sería dulcemente subrayado por los delicados dedos de la niña-reina.

Habían pasado varios meses. Meses de calor, de hastío y siestas bajo las ramas bondadosas de un árbol. Meses de pensar en todo lo que sus ojos habían atrapado entre las líneas de tinta el anterior invierno. Sobre la vida, la muerte, los sueños… ¿Acaso volar sería la solución a esos tres conceptos?

Victoria mantuvo la teoría durante los meses estivales, que volar como los pájaros o quizá como los insectos sería la respuesta positiva a todo el tema de la mortalidad humana. Pensaba que si la muerte buscaba a sus víctimas en su tétrica lista escrita por algún secretario anónimo de las hermanas tejedoras del destino, y las perseguía hasta poder darle caza con su guadaña. De tener alas, los humanos podrían volar más y más lejos, mucho más rápido que a pié, desde luego, hasta perderse en la oscuridad del más allá, triunfantes al fin.

Claro que esta tesis debía de ser estudiada a fondo, y dónde mejor que en el desván… durante las largas y tormentosas horas que le deparaba el nuevo invierno.

Entonces la elevación de sus comisuras dieron pié a una sonrisa traviesa y cómoda. Ya había llegado, ya cerraba la puerta, ya se sentaba en su trono raído y lleno de polvo, ya volvía a sentirse en paz.

La reina Victoria había vuelto al desván.

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