jueves, 16 de febrero de 2012

Décima escena de invierno: Heladas Cumbres

El frío había helado sus dedos tensados alrededor de la tapa blanda del libro. Las últimas líneas se perdieron bajo sus ojos y un suspiro de angustia se cristalizó al instante. El frío en aquella habitación había invadido el cuerpo de Victoria de igual manera que la historia que había estado leyendo había helado su corazón. Su mirada vacía no encontraba sosiego mientras sus manos rebeldes lanzaron el libro a un lado del sillón. Se podría decir que dentro de sí, la pequeña Victoria luchaba en una guerra singular: durante su lectura, el clásico pasó a convertirse en tortura para concluir con brillantez. Su mente cavilaba buscando la razón para ese sentimiento agridulce.

¿Acaso un libro de tan terrible puede ser increíble? o más bien ¿son estos tiempos modernos los que desvirtúan las letras perfectas de un gran artista?


Victoria había tenido la osadía de elegir un clásico del Romanticismo, una obra sin igual cuya historia no tenía nada que ver con lo que a lo largo del tiempo la joven reina del desván había supuesto. Ahora las citas que había leído en otros libros sobre esta maravilla de la literatura, no tenían razón de ser... ¿A quién se le ocurriría tomar unas líneas de Cumbres borrascosas y pegarlas de mala manera en algún otro libro, fuera cual fuese, de la literatura más actual? Seguramente aquél habría leído de una manera muy distinta la novela de Emily Brontë, quizá buscando únicamente dar un toque clásico a algo que seguramente se quedaría en bestseller.

Para Victoria el libro había comenzado de manera prometedora, ansiaba pasar las páginas, beber cada palabra y saborear el sentimiento estrambótico de cada una… pero a mitad del libro las ojeras hicieron acto de presencia, la mirada atenta pasó a perderse entre las líneas con desasosiego, con angustia. Las horas pasaban y Victoria paraba para calentar sus manos y su corazón. Se levantaba del asiento, daba vueltas entre las cuatro paredes humedecidas por el invierno abrumador de afuera y tocaba la madera de la biblioteca como buscando la vida que se le había perdido. Sentía como si se hubiera despertado de un sueño, como si ya no hubiera razón para tanta alegría.

…Desazón...

Hacia el final del libro, la joven volvió a retomar con fuerza su lectura, tragaba líneas y líneas en busca de un final que estalló en sus ojos y le devolvió su espíritu antes perdido en la pena. Por eso la sensación había sido pastosa y a la vez suave. Estaba claro el por qué se había convertido en un clásico, estaba claro que debía pasar por la tortura de los sinsabores para disfrutar más aquella pieza. Pero aún así algo le había robado ese libro, entre sus páginas se habían quedado pequeñas ilusiones y sueños truncados por una pena que ni siquiera era suya.

Victoria sentenció a aquel libro a las sombras de una esquina de la biblioteca, había en él una atracción letal, un no sé qué que la hacía erizarse y a la vez le incitaba a acariciar su lomo.

Se dio cuenta finalmente que compartía su pasión por los libros con la bella Catherine Earnshaw… Pero quien realmente marcaría su corazón para siempre sería el oscuro y destructivo Heathcliff.

Otro suspiro de nube salió de sus labios y decidió esperar, descansar… digerir la lección, la historia vivida, secar las letras que aún caían de sus ojos como lágrimas invisibles pero sentidas, que guardaban dentro de sí el tormento de un amor en extremo angustioso.

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