1. El argumento de tu relato es tu chiste preferido
Estaba oscuro. Tan oscuro
que no eran capaces de ver el brillo del pánico en los ojos del
otro. Cesar y Don caminaban cogidos de la mano desde que la linterna
falló, allá por los cinco kilómetros de gruta rocosa y húmeda.
Ahora que habían recorrido más de veinte y que parecían haber
entrado definitivamente en la boca del infierno, no estaban tan
seguros de que aquello de buscar fantasmas en la antigua mina fuera
una buena idea.
Caminaron un poco más,
con una neblina densa e invisible a sus ojos acariciándole los
tobillos, y los chillidos de los murciélagos retumbando en los
tímpanos.
De pronto, silencio.
Un traspiés.
Mano izquierda y derecha
que se sueltan.
Dos gritos de
preocupación.
El sonido de la grava
cayendo al vacío, algo intentando aferrarse a ellos desde abajo, a
sus pies. Manotazos buscando asir las piernas, arañazos en los
zapatos y un tercer grito en caída libre.
El eco sordo del golpe,
mucho más abajo, desmoronó las esperanzas de sobrevivir de Don. Y
de Cesar. Ambos gimotearon en la negrura y ambos se sobresaltaron por
la cercanía del otro.
—¿Cesar?
—¿Don?
Unieron sus manos de
nuevo, sin ver. Y los dos se tambalearon al intentar llegar al otro y
encontrar una grieta en medio.
—Pensé que te habías
caído.
—Yo no. Pensé que
habías sido tú.
—No, no. Me cogiste…
—Me arañaste…
Los dos apretaron los
dedos entrelazados y miraron ciegos hacia abajo, hacia la grieta.
—Tranquilos, siempre me
pasa, por eso no me gusta…
Cesar y Don desanduvieron en tres segundos los veinte kilómetros, aterrorizados. Luego corrieron diez
por la sorpresa. Y cinco más por cobardía.
—… ser
el del medio.