lunes, 12 de enero de 2015

Personas y libros II

  Desde hace mucho tiempo una idea me ronda la cabeza, me da vueltas, se me esconde, vuelve a aparecer y se me acurruca al oído para susurrarme. No es una musa, a esas las conozco de lejos y su aroma se me enreda en el pecho hasta que me hace vomitar letras sobre el papel, o sobre el teclado, según las circunstancias. Tampoco es la conciencia crítica disfrazada con cuernos y tridente, ni el hada de los sueños con su característico destilar burbujas de mil maravillas futuras. Simplemente se trata de una idea, una de alas cortas, de palabras escuetas y mucho seso, una idea lectora, una diminuta masa flotante que se estira cuando la pienso tal como si de una pizza en proceso de producción se tratase.

  ¿Libros de primera o segunda mano?

  Ya sé lo que pensarán a estas alturas, tanta disertación con tinte fantástico y algo surrealista para acabar con un tema tan banal. Sin embargo, creo que cualquier tema puede adquirir el grado de intensidad que la persona que lo tenga entre manos quiera darle. En mi caso, esta tema adquiere una profundidad que supera la racionalización de una mente científica, así que intentaré explicarlo de la manera más sencilla que pueda. 

  Los que siguen nuestras publicaciones recordarán el artículo que escribí sobre Lectores y Coleccionistas. En él me declaré irremediablemente del segundo grupo, con mi fuente de sangría literaria constante -que todavía retiene algunos de mis libros en su mesilla de noche- y mi antipática manía de elegir la mejor edición, la portada más conseguida y, por qué no confesar del todo, los títulos más desconocidos. Después de aquel texto cargado de una pasión suprema por los libros, subí un escalón más en toda esta obsesión y alcancé el parque de reciente apertura que es el E-book.

  Un Coleccionista de libros es en el siglo XXI como un Merlín de las letras, con su librería repleta y su hermetismo crónico; pero un coleccionista de libros que adquiere un E-reader se convierte en un iluminado, un líder trascendental que pronto se convertirá en leyenda... No tanto por su cultura, como por su enclaustramiento lector. Y todo ésto, claro, con el estigma coleccionista, es decir, que si ya se planteaba la venta de sus muebles para comprar más libros, ahora recurrirá a la mendicidad para conseguir esas ediciones especiales sólo digitales. Evolucionará de Coleccionista a E-coleccionista, y tendrá un arsenal de títulos en formato físico y digital para librar del hambre a media África. Como nota adicional hay que resaltar que este aparatito de alrededor de siete pulgadas sería el alma gemela del bolso de Mary Poppins en manos de cualquier Coleccionista o Lector. 

  Con la literatura bailando en mi pupila al son de cuanto formato alcanza la vista, me descubrí pensando que una manera sabia de reducir mis gastos intelectuales sería recurrir a la librería de segunda mano. Ésto prácticamente sería una revelación divina para un Coleccionista (Ediciones antiguas, cuero, ácaros, páginas amarillentas y esa sensación paroxismal de estar más cerca que nunca del autor). Pero no para mí. Soy de ese escaso número de Coleccionistas que prefieren ser el primer rocío que moja la rosa recién abierta de un tomo -Con la misma carga poética de la frase-. Para mí el olor a hojas leídas es un placer que me gusta cultivar en mi propio jardín, ese de madera negra que ya se inclina y se queja cuando amontono lomo sobre lomo.

  Sin embargo, soy consciente de que posiblemente los Lectores, que sabemos que viven de la gracia del Coleccionista, en ciertas ocasiones se ven irremediablemente atraídos por las librerías de segunda mano: Bajo precio, buena lectura -muchas veces con opiniones a los márgenes- y siempre una posibilidad de enmendar el constante flujo literario que sale de su Coleccionista de confianza y que finalmente se estanca en su mesilla durante años. Las librerías de segunda mano son, por tanto, un punto de reunión para ambas razas -Lectores y Coleccionistas-, una zona de interés cultural y un bien sin igual para toda ciudad. Aunque yo prefiera descorchar el vino de las letras y ver saltar con fuerza el tapón de folio nuevo.

  Pero, entonces ¿Qué es mejor, lo nuevo o lo viejo? No lo tengo claro. Conozco mis gustos personales, pero lo cierto es que lo “viejo”, lo de segunda mano, tiene un halo mítico muy atractivo, pues son libros que han sido leídos, disfrutados u odiados, que han sido expulsados de otra biblioteca o se han tenido que marchar víctimas de orfandad. Sin embargo, lo nuevo no es menos bueno, implica desvirgar la historia con tus propias manos, rozar la piel del ejemplar, salivar con su olor a impoluto encierro.

  Como les dije al principio, se trata de una idea de alas cortas y palabras escuetas que no permite si quiera un posicionamiento definido. En lo personal soy más de primera mano, aunque no puedo negar la magia que desprenden los libros de segunda mano -de hecho, alguno se pasea voluptuoso por mi biblioteca-. Pero hay un dato vital que no se me escapa y que aúna todos mis pensamiento en torno a este tema, y es que de ambas maneras el lector, ya sea mero devorador o incorregible Coleccionista, disfrutará del libro en cuestión, y, a fin de cuentas, ese es el fin supremo de estos dos grupos, amar la literatura por encima de su formato, de su antigüedad, de su origen o trayectoria, e incluso de su género. No importan las manos, no importa si la tinta se borra o es imantada, no importa si el papel amarillea con el tiempo, ya lo estaba o nunca lo estará. Lo importante es el placer del Lector, el gusto del Coleccionista, el maravilloso momento en que ambos son iguales, en silencio, sentados en el sillón o echados en la cama, siguiendo las líneas y suspirando al ritmo de los punto y aparte.


  Artículo publicado en el nº 13 de El Vagón de las Artes. ¿Qué opinas? ¿Eres más de segunda mano o prefieres el olor a nuevo?

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