martes, 26 de marzo de 2013

Angelus


   La lluvia caía. Era lo único en movimiento ahora. Ambos a cierta distancia, ambos sin aliento. Se miraban con ojos perdidos, con el rojo de la furia y el negro de la traición.

   A un lado, de piel blanca y alas grises, él ya no sonreía. El hilo de sangre dibujaba una mueca triste en la comisura de sus labios y su voz no sonó cuando susurró palabras que sólo ella, con su sonrosada piel y sus pulcras alas blancas, podría entender. Sus ojos no se perdían de vista como algún tiempo atrás harían sus labios. Sus manos empuñando el acero de la discordia y la muerte, tan fuerte como hacía un tiempo abrazarían el cuerpo del otro.

   La lluvia caía y el silencio gritó al ser herido por una disputa que no quería ser zanjada con más sangre. Pero las plumas volaron, el rojo dibujó recuerdos cristalinos en el suelo y los cuerpos se elevaron al perder el peso de la ira por el ladrón plateado.

   Ambos pechos atravesados, ambas almas olvidadas. La levedad del ser devuelta tras la expurgación de su tragedia: Los ojos cerrados, las manos anudadas y las alas abajo, en el suelo, destrozadas.

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