martes, 11 de diciembre de 2012

Décimo segunda escena de invierno: Ácaros, enchufes y poca concentración


   Victoria sacudió sus manos intentando arrancar de sus dedos el polvo que se había aferrado a ellos mientras intentaba esconder su última lectura en el fondo de la biblioteca.

  Siempre había pensado en lo interesante de los ácaros. Aquellos seres diminutos y un poco malvados, debían de ser los organismos más inteligentes del universo, o por lo menos los más cultos. Pensaba que ellos preferían las páginas de los libros como residencia fija o vivían como nómadas entre grandes tomos y colchones cálidos, combinación harto maravillosa para Victoria, que se miró las manos en busca de algún rastro grisáceo que la hiciese estornudar más de la cuenta. Al no encontrar nada, posó su vista de nuevo en los libros y jugueteó al azar decidiendo cuál sería su próxima elección.

   Dispuesto entre muchos otros títulos, encontró un libro menudo y más bien humilde que parecía mirarla con interés y timidez a la vez. Era de esos libros en cuya tapa se encuentran las letras claves para vivir una aventura singular y sin duda inolvidable. De pocas páginas, dulce aroma y promesas ocultas en un título si no sugerente, al menos atractivo. Con la calidez que evocaba su lectura, la joven tomó entre sus manos a su nuevo amigo de papel y se acurrucó rápidamente en su desvencijado sillón mientras sus ojitos ya saboreaban las primeras líneas.

   Pocas horas habían pasado desde que empezara su nueva lectura, cuando Victoria levantó la vista fijando toda su atención en el cristal de la ventana. El vaho enmarcaba las maravillosas vistas y la lluvia tras el cristal salpicaba el lienzo boscoso como en una obra de arte en plena ejecución.

   Un torturador zumbido había ido penetrado poco a poco en su cabeza impidiendo que la joven reina continuase bebiendo las letras del libro que ahora descansaba sobre su regazo. Victoria rodeó con su mirada toda la estancia. El desván estaba un poco revuelto, los libros aquí y allá, algún cubo con el rítmico sonido del agua que penetra y gotea con ansia, las mesas llenas de polvo y un enchufe… El enchufe. El sonido provenía de aquella instalación demasiado vieja para funcionar y por tanto fácilmente olvidada, sobre todo en ese lugar de la casa.

   La lluvia no hacía más que salpicar la ventana, el enchufe no paraba de zumbar, las gotitas de gotear y Victoria ya frustrada se dejó caer en el respaldo de su trono y cerró los ojos, quizá dormir le permitiera leer más allá de la niebla de la ensoñación, donde la imaginación corre a cuenta de la inconsciencia y los libros tienen alas de mariposa.

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