miércoles, 4 de julio de 2012

Décimo primera escena de invierno: En libro y alma


Un rayo iluminó el desván un instante y un par de segundos después retumbó su grito oscuro y húmedo. Victoria saltó en su trono desvencijado haciendo crujir la madera bajo el acolchado asiento y tras removerse incomoda por el susto inesperado se enredó con fuerza en la manta desteñida que cobijaba sus pies descalzos y calmaba el hielo que la recorría interiormente, a medida que devoraba aquel libro.

Se trataba de un libro desconocido para ella. Siempre jugaba a seleccionar novedades literarias del cementerio de papel que tenía por biblioteca, que a ella le parecía más bien un santuario y que para los ácaros hambrientos del desván resultaba ser el paraíso. Esta vez su vista se había fijado en un pequeño tomo oculto por otros títulos más brillantes y atractivos, sus dedos habían rozado la piel de cuero de aquel anónimo, y su nariz deseó olisquear su alma de letras que ocultaba tras la máscara de polvo.
No tenía título alguno y el escritor no había querido dejar señal de su autoría. Incluso el antiguo lector que lo había abandonado en ese oscuro hueco del fondo de la estantería no había dejado rastro de su paseo por las páginas, no había notas, no había manchas, no había marcapáginas y mucho menos dedicatoria. Todo esto hacía pensar a Victoria, encantada de tener entre manos el clásico caso del libro fantasma, que aquel tomo debía tener dentro de sí incontables aventuras y tantas verdades como gotas caían tras la ventana.

La joven reina había empezado a leer aquel huérfano de papel hacía ya muchas horas cuando el rayo la despertó de su ansiedad lectora y la devolvió a la realidad de noches y lluvia. Sus nudillos dolían pálidos y sus ojos lloraban cansados y abatidos. Lo que Victoria había encontrado dentro de aquel libro había invadido con intensidad abrumadora todo su ser, y sus cabellos erizados, su piel de gallina y los pequeños espasmos en sus pies eran una pequeña muestra de lo que ocurría en la profundidad de su mente.

Fueron aquellas imágenes enredadas de piel y goma, esa sensación de estar leyendo un cuerpo de papel, abierto y sangrante, la idea de estar arrancando secretos de un diario olvidado, de un cerebro amordazado… La ligera y espeluznante visión de estar palpando las letras de una historia aún por ocurrir y a la vez ya vivida, una historia de desván y lectura. La terrible suposición… la más que clara presunción… Todo parecía referirse a ella, pero no debía ser, no podía… ¿o sí?

Victoria cerró de golpe el libro y aún con el rayo clavado en sus nervios se levantó, apartó una pesada pila de libros y llevando la mano al fondo, a lo más profundo de la biblioteca de madera, sumió  aquel libro sin nombre ni autor a la oscuridad olvidada, al silencio eterno, para que nunca jamás volviera a robar un alma… ¿O para que nunca soltara la de ella?

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