Un rayo iluminó el desván un
instante y un par de segundos después retumbó su grito oscuro y húmedo.
Victoria saltó en su trono desvencijado haciendo crujir la madera bajo el
acolchado asiento y tras removerse incomoda por el susto inesperado se enredó
con fuerza en la manta desteñida que cobijaba sus pies descalzos y calmaba el
hielo que la recorría interiormente, a medida que devoraba aquel libro.
Se trataba de un libro
desconocido para ella. Siempre jugaba a seleccionar novedades literarias del
cementerio de papel que tenía por biblioteca, que a ella le parecía más bien un
santuario y que para los ácaros hambrientos del desván resultaba ser el
paraíso. Esta vez su vista se había fijado en un pequeño tomo oculto por otros
títulos más brillantes y atractivos, sus dedos habían rozado la piel de cuero
de aquel anónimo, y su nariz deseó olisquear su alma de letras que ocultaba
tras la máscara de polvo.
No tenía título alguno y el
escritor no había querido dejar señal de su autoría. Incluso el antiguo lector
que lo había abandonado en ese oscuro hueco del fondo de la estantería no había
dejado rastro de su paseo por las páginas, no había notas, no había manchas, no
había marcapáginas y mucho menos dedicatoria. Todo esto hacía pensar a
Victoria, encantada de tener entre manos el clásico caso del libro fantasma,
que aquel tomo debía tener dentro de sí incontables aventuras y tantas verdades
como gotas caían tras la ventana.
La joven reina había empezado a
leer aquel huérfano de papel hacía ya muchas horas cuando el rayo la despertó
de su ansiedad lectora y la devolvió a la realidad de noches y lluvia. Sus
nudillos dolían pálidos y sus ojos lloraban cansados y abatidos. Lo que
Victoria había encontrado dentro de aquel libro había invadido con intensidad
abrumadora todo su ser, y sus cabellos erizados, su piel de gallina y los pequeños
espasmos en sus pies eran una pequeña muestra de lo que ocurría en la
profundidad de su mente.
Fueron aquellas imágenes
enredadas de piel y goma, esa sensación de estar leyendo un cuerpo de papel, abierto y
sangrante, la idea de estar arrancando secretos de un diario olvidado, de un cerebro amordazado… La
ligera y espeluznante visión de estar palpando las letras de una historia aún
por ocurrir y a la vez ya vivida, una historia de desván y lectura. La terrible suposición… la más que clara
presunción… Todo parecía referirse a ella, pero no debía ser, no podía… ¿o sí?
Victoria cerró de golpe el libro
y aún con el rayo clavado en sus nervios se levantó, apartó una pesada pila de
libros y llevando la mano al fondo, a lo más profundo de la biblioteca de
madera, sumió aquel libro sin nombre ni
autor a la oscuridad olvidada, al silencio eterno, para que nunca jamás
volviera a robar un alma… ¿O para que nunca soltara la de ella?
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