miércoles, 1 de junio de 2011

Octava escena de invierno: Tempus fugit

Victoria abrió los ojos lentamente, inspiró el húmedo aire con calma y lo soltó estirando su cuerpo encorvado y medio dormido. Miró con la vista perdida el libro que pesaba en su regazo y con paso lento, aún somnoliento, lo llevó a su torre, en donde junto con otros pocos libros reinaba con la gloria de un clásico que nunca se olvida, un rey legendario que la miraría desde lo alto de la biblioteca, esperando volver a ser  tocado, escuchado y definitivamente amado.

Aún en sus oídos vibraban las voces de un sueño gris, el caos reinaba en sus recuerdos y la idea de un sombrero sobrevolaba de aquí para allá con sonrisa pícara. Victoria se desperezó y tanteando la habitación se descubrió extrañamente insegura. El frío ya no adormecía sus nervios, la brisa ya no helaba su piel… La ventana, la eterna ventana que cobraba vida y por rebeldía se abría en las noches más lluviosas estaba cerrada, quizá disfrutando del violeta celeste o del lejano trino de pajarillos ajenos a la vida más allá de las copas de los árboles.

El espíritu de un viejo recuerdo escondido en lo más oscuro del corazón pasó cerca de Victoria rozando su mejilla y rompiéndose tras ella, más allá de la fortaleza que era su desván, más, más allá de la rebelde ventana. Con el estallido brillaron los cristales, los pequeños copos volantes de polvo salieron de su escondite y la madera estalló con fuerza aquí y allá.

¡NO! el recuerdo se hacía más nítido y cruel. ¡NO PUEDE SER! lloró por dentro Victoria mientras corría torpemente hacia la ventana. El verde mortal lo llenó todo, el dulce olor a flores se mezcló con el sabor amargo de la angustia y el frío desapareció, asesinado por un clima templado de aspecto aterrador. ¡EL INVIERNO! gritó, pero su voz temía tanto que no llegó a salir ¡EL INVIERNO HA MUERTO! El silencio que con tanto placer se paseaba por entre las paredes de la habitación se partió en mil pedazos a sus pies, torturado cruelmente por el reciente ataque  de los esbirros alados de la terrible Primavera.

Victoria miró cabizbaja a un lado y a otro. Sus lágrimas invisibles cayeron inundando el cementerio literario bajo sus pies. Fijó su atención en la biblioteca con nostalgia, quizá melancolía, y dándole la espalda comenzó su ritual de resurrección. Fue recogiendo cada cadáver de papel, sanando sus heridas y llevándolo a su hogar.

Desde la biblioteca los libros, asesinos y víctimas, se despidieron de Victoria con un silencioso agradecimiento entre sus páginas. Quizá en el próximo invierno otros triunfarían mientras que los ganadores de esta vez morirían temporalmente en un sanguinolento charco de letras.

Victoria cerró los ojos tomando para sí los últimos atisbos de ácaros y humedad.

-Es hora de bajar…-

1 comentario:

  1. ¡Oh no!, pobre Victoria, su querido invierno se ha marchado para no volver hasta dentro de nueve meses... mucho tiempo sin poder sentarse a gobernar las letras desde su trono.

    Mis felicitaciones, ha sido una explosión de creatividad la forma en la que has descrito la tragedia del fin de la estación, me ha entusiasmado el modo tan gráfico en que has hecho cobrar vida la situación y las emociones. ¡Chapó!

    ResponderEliminar