jueves, 3 de febrero de 2011

Tercera escena de invierno: ¡Dios salve a la Reina!


Victoria. Sus ojos eran de un gris claro que al dar con la luz de las farolas tras la ventana húmeda parecían plata líquida. Su piel pálida, sus labios violetas. Su cuerpo juvenil y delicado, flaco y espigado. Su esbelta visión no coincidía con la estrechez sucia y fría del desván. Aun así era su sitio preferido, su cuarto secreto, su mundo que, destruido por mil batallas de ácaros e innumerables tormentas, había quedado sumido en la devastación: libros tirados aquí y allá, abiertos, mojados, rotos. Muebles viejos, mohosos. Espejos borrosos. Olor a sueño de literata, sabor a días fríos y oscuros. La presencia de una nostalgia palpable en el aire, de un peso de años, de siglos, de letras arrastradas por papeles amarillentos, palabras susurradas a los oídos de nadie.

Al fondo un secreter que hablaba con su estallar de madera, bien cerrado. En el centro, justo bajo la bombilla que bailaba al son del viento, el sillón, el trono de Victoria, la reina secreta de aquel submundo superior de su casa. Más allá la biblioteca solitaria donde tres o cuatro libros discutían sobre sus conocimientos… Al perdedor debían de castigarlo tirándolo biblioteca abajo a juzgar por la terrible imagen de muerte: Seres de papel y lomo deshojados por el suelo, sangrantes de sabiduría, húmedos del frío olvido.

Victoria allí era la reina, la escritora, la lectora, el ama de casa y la enfermera, era todo… y nada. Era un angelito que cada tarde subía en busca de su dosis de letras, que caía rendido ante el conocimiento anónimo, que despertaba aún soñando, que vivía gobernando lo que su curiosidad encontraba cada vez.

Victoria seguía luchando contra la modorra dibujando castillos de agua tras la ventana, esperando que no dejase de llover nunca, pues era el clima idóneo para su mundo, para sus horas muertas escondida bajo una manta andrajosa en su sillón.

1 comentario:

  1. ¡Bravo, bravíssimo!, qué derroche de metáforas y personificaciones, tan vívidas que casi puede ver uno letras derramadas en el suelo como sangre de los libros deshojados y oler la combinación de humedad, moho, madera y cuero al ritmo renqueante de las viejas tablas de madera carcomida.... sencillamente ¡Bravo!

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