lunes, 28 de febrero de 2011

Quinta escena de invierno: Marmol

Créeme, Lorenzo, créeme. Tú sabrás cómo son los muertos, pues son el objeto de tu trato… yo sé lo que son los vivos… Entre ellos me hallo con demasiada frecuencia… Éstos son… no… no hay otros; todos a cual peor… yo sería peor que todos ellos si me hubiera dejado arrastrar de sus ejemplos”

Victoria suspiró posando su vista más allá del libro, incluso más allá de las paredes del desván. Marcó la página con un pequeño doblez en la esquina superior derecha y cerrando el libro acarició su portada. Lo cierto es que aquellas palabras de Tediato le sonaban, le producían una sensación desagradable, como si hubiese algo en ellas que formara parte de Victoria pero que ésta no podía recordar. Carraspeó su garganta con rabia y abrió de nuevo el libro evitando dar más vueltas a algo que sabía le llevaría horas encontrar en el oscuro y peligroso laberinto que tenía por memoria.

Las páginas volaron, parecían gritar auxilio mientras su fin llegaba, mientras chocaba primero el lomo… después la portada… luego el libro entero, contra el suelo: Otra muerte terrible, otro derrame de conocimiento, otra víctima en el suelo frío y húmedo. El golpe sordo y mortal no afectó a Victoria, que ya estaba paralizada escuchando otro ruido, el toc, toc de unos zapatos pequeños y rápidos que subían las escaleras tras la puerta de su reino.

Algo luchaba por gritar dentro de su cabeza, algo que no recordaba, algo que tenía que ver con las palabras de Tediato en aquel libro tan interesante ahora muerto en un charco de letras invisibles. Quiso moverse, quiso bajar del asiento y beber la esencia de las difuntas páginas buscando encontrar el conocimiento, la traza que faltaba para que su mente dibujase por fin aquello que debía recordar, aquello que estaba ahí informándole del peligro pero que no terminaba de tartamudear un “quieta, quieta”. Era absurdo, Victoria ya estaba paralizada ¿Eso era el miedo? ¿Esa terrible sensación de frío, de falta de aire, de querer gritar y no salir la voz? Sus ojos gris plata ya no pestañeaban, sus labios más morados y quietos, duros, como sus dedos.

Victoria estaba petrificada como el mármol perfecto moldeado por un gran artista, era la piedra deseada de cualquier Miguel Ángel. Su respiración se cortó y sus ojos quedaron fijos mirando la puerta.

Unos pasos pequeños y ágiles… Un suave chirrido… 

2 comentarios:

  1. Ufff, esto se pone intrigante; atrapa el desván, la inquilina Victoria, y sus fríos contratiempos... ¡¡Vibrante!!...¿Quién o qué será lo que atraviese la puerta?..

    Enhorabuena Alea, me tienes enganchado a estas escenas, espero con interés la próxima...
    Un abrazo fraternal compañera.
    Aarón.

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  2. Hmm, parece que un pequeño intruso se acerca al reino de Victoria, ¿será tal vez un duendecillo travieso que amenaza la paz de su reino?, algo me dice que pronto, nuestra protagonista recordará, a las malas, lo que el libro quiso advertirle.

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